Un largo camino hacia el conocimiento.

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El ser humano siempre ha mirado hacia al cielo con curiosidad. Siempre se ha preguntado sobre la naturaleza de esos puntos brillantes que aparecían cuando el astro rey se retiraba a descansar.

Desde la prehistoria hasta nuestros días la pregunta ha sido siempre la misma. ¿Qué son? ¿Por qué están ahí? ¿Quién las ha colocado? Las respuestas, sin embargo, han ido cambiado con el paso de los siglos.

Un largo camino hemos recorrido desde la prehistoria hasta hace apenas unos días.

El primer astrónomo de la historia puede que estuviera entre aquellas primeras tribus nómadas que dependían de la caza para sobrevivir. Muchos creían que eran puntos fijos situados en una bóveda sobre la tierra. En seguida comenzarían las atribuciones místicas y religiosas, aunque también pronto se las empezó a usar para conocer las estaciones o para los desplazamientos.

Para los egipcios estaban suspendidas en una cúpula y los planetas navegaban por los canales del río celeste, empezaron a darse cuenta que las crecidas del Nilo empezaban poco después de que Sirio volviera a aparecer por encima del horizonte tras muchos meses oculta.

En Grecia se instauró el sistema geocéntrico, que tanto daño hizo durante casi 2000 años, situando a la Tierra en el centro del Universo. A su alrededor, planetas, sol, luna y estrellas giraban marcando órbitas esféricas perfectas. (un tal Aristarco de Samos sugirió que la Tierra giraba sobre sí misma una vez cada 24 horas y acompañaba al resto de los planetas en su órbita rodeando al Sol, pero ni caso).

Roma poco cambió el panorama astronómico y de la Edad Media mejor ni hablamos. La mirada del hombre hacia las estrellas se había visto nublada por astrólogos, magos, vendedores de humo y el fanatismo religioso.

Esos puntos brillantes estaban puestos allí para servir a los humanos, predecían estaciones, marcaban los tiempos de recogida de las cosechas, sus siembras, guiaban a los marinos en sus largos viajes y poco más. Y pobre de aquel que sugiriera algo diferente.

Pero pronto empezarían las curas de humildad, Copérnico desplazó a la Tierra de su posición privilegiada colocando al Sol en ella (teoría heliocentrista), Galileo y su pequeño telescopio refractor empezó a descubrir satélites alrededor de Júpiter, las fases de Venus, y terminó pidiendo perdón en un tribunal eclesiástico por defender las teorías de Copérnico.

Luego llegaron los Tycho Brahe y Johannes Kepler que situaron a los planetas girando en órbitas elípticas alrededor del Sol, abriendo el camino a la astronomía moderna tal como la conocemos.

Nada cambió hasta que fuimos capaces de poder humillarnos ante la complejidad e inmensidad del Cosmos. La historia de la Astronomía nos ha ido colocando en un lugar cada vez menos importante dentro del universo. Nos despojó de ser el centro de todo lo visible, luego nos puso a dar vueltas alrededor de nuestra estrella, la cual luego destronó a un brazo periférico de nuestra galaxia, que no es más que una de las millones que se pueden observar con nuestros instrumentos más modernos. Un viaje largo y doloroso para algunos, un camino de descubrimientos y asombro para otros.

Ahora miramos a las estrellas y un nuevo viaje de humildad nos espera. Hasta hace poco éramos el único sistema solar con planetas conocido, el único que albergaba pequeños o grandes mundos con la posibilidad de desarrollar vida en su interior. Ahora no hay día que no salga un nuevo planeta extrasolar a la palestra. Al principio gigantes girando a poca distancia de sus soles, mundos donde la vida no puede surgir (pensamos aliviados), luego mundos más pequeños (supertierras) y colocados más cerca de las zonas habitables de sus respectivos soles (bueno quizás son los menos y son muchos más los factores que deben unirse para crear vida, seguimos pensando), luego planetas del tamaño terrestre justo en la zona habitable (vamos a dejar sin dinero a estos del Kepler que nos hunden en la miseria), que si un planeta extrasolar en el mismo patio trasero del sol a 4.3 años-luz y dando vueltas a Alpha-centauri (están por todos los lados)…. y el viaje solo acaba de empezar.

En paralelo, otro camino empieza a tomar forma. «Somos el único planeta con vida conocida» nos dicen. Mientras Curiosity inunda nuestras retinas de rocas erosionadas por grandes caudales de agua, manda trazas de minerales con sodio, potasio, silicio, aluminio, azufre,…, dirige sus potentes cámaras hacia montes con estratos donde en un pasado pudo haber vida. Cassini mira asombrada hacia Titán, con lagos de metano estables y una atmósfera que cambia con las distintas estaciones del año. Europa sigue girando alrededor de Júpiter con un océano de agua debajo de una capa de hielo preguntándose por qué nadie está sobre su superficie investigando las maravillas que allí puede haber…

«The universe is not required to be in perfect harmony with human ambition» Carl Sagan.

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