Ya lo avisaba Jacint Roger en su cuenta de twitter hace 2 días. Escondido dentro de un enorme panorama tomado por la Mast Camera en Sol 2617 surgía la sorpresa.
Lo que la sonda Mars Orbiter ha fotografiado en diversas localizaciones del planeta rojo con anterioridad podía estar delante del rover Curiosity en estos mismos momentos. Un RSL (Recurring Slope Linae), probable agua líquida mezclada con sales que disminuiría el punto de congelación del agua pura y que permitiría su aparición en la superficie marciana.
De ser un verdadero slope (y no un simple corrimiento de tierras) el rover debería alejarse lo más posible de la zona para evitar cualquier probable contaminación biológica, algo especificado en los diversos protocolos firmados por la comunidad científica.
El slope no está en la ruta del rover, en unos pocos soles desaparecerá del alcance de las cámaras… es una zona que no debemos contaminar con microorganismos terrestres que hayan podido sobrevivir al largo viaje y a la estancia del rover en la superficie marciana (ya sabemos lo que pasa cada vez que subestimamos la capacidad de supervivencia la vida),… pero quizás tardemos mucho tiempo en volver a tener uno tan cerca,… ¿tan perjudicial sería monitorizar la zona unos cuántos días? ¿unas cuántas mediciones a una distancia suficientemente segura?…
Quizás nos mueve la inquietud de ver agua fluyendo por la árida superficie marciana, lo más sensato es dejar el estudio de esos fenómenos a sondas futuras con un grado de esterilización que el Curiosity no posee. Pero no podemos evitar que un escalofrío nos recorra la piel…
Hoy es un día señalado en la corta historia de nuestra exploración del universo que nos rodea.
El equipo de Pale Red Dot, usando los espectrógrafos de los telescopios de La Silla y el VLT (ambos del Observatorio Europeo Austral), ha descubierto un planeta con 1,27 masas terrestres orbitando Proxima Centauri cada 11,186 días a una distancia de 7,5 millones de kilómetros…
Todos estos números sólo quieren decir una cosa… Tenemos un objetivo, tenemos trabajo…
Cuando hace más de 20 años empezamos a descubrir exoplanetas fuera de nuestro sistema solar nadie creía que allá donde miráramos habría estrellas con toda clase de mundos, hace unos pocos años nadie pensaba que habría millones de mundos potencialmente habitables en nuestra galaxia… y ahora esto… Proxima Centauri b, un mundo de características terrestres situado en la zona de habitabilidad de la estrella más cercana a nuestro sol. A 4.2 años luz de nosotros puede haber un planeta cuya distancia a su estrella permite que pueda haber agua líquida en superficie… el escenario de la mejor novela de ciencia-ficción convertido en realidad.
Recreación artística de la superficie de Proxima Centauri b (ESO)
A partir de hoy mismo los telescopios de medio mundo tienen un objetivo común, conseguir más datos de Proxima Centauri b. Necesitamos más datos que confirmen los obtenidos por el equipo de Pale Red Dot, la técnica con la que se ha descubierto a Proxima b es la de la velocidad radial, es decir, a través de los efectos gravitatorios que produce la masa del planeta en su estrella. Este método solo permite averiguar la masa y el periodo orbital, necesitamos muchos más datos, y por primera vez en la historia de nuestra civilización podemos obtenerlos. Nuestros telescopios pueden intentar cazar un tránsito de Proxima b (algo que requeriría bastante suerte), pueden intentar obtener una imagen directa del planeta (ya se ha conseguido en otros sistemas estelares mucho más distantes), y sobretodo, en un par de años, pueden empezar a estudiar su hipotética atmósfera (el futuro telescopio James Webb tendrá capacidad suficiente para hacerlo).
A la izquierda alfa centauri, a la derecha beta. Dentro de un círculo la pequeña Proxima Centauri (Wikimedia)
Acabamos de empezar un nuevo capítulo en nuestra historia de la exploración cósmica. Las enanas rojas, como Proxima Centauri, son el tipo más común de estrellas en nuestra galaxia. Por un laso son mucho menos masivas y luminosas que nuestro sol, lo que provoca que su zona habitable se encuentre excesivamente cercana, son estrellas mucho más longevas (lo que le da a la vida muchísimo más tiempo para abrirse paso), emiten menos radiación ultravioleta que pueda esterilizar mundos que las orbiten, pero tienen un gran inconveniente… son estrellas muy activas, con abundantes llamaradas solares y expulsión de material hacia el exterior, algo nada bueno para un mundo que está a apenas 7 millones de kilómetros, nada que un buen núcleo metálico que genere un fuerte campo magnético y una densa atmósfera no puedan arreglar.
Empezamos hoy una empresa que puede durar generaciones, el primer paso está dado, el objetivo existe. Las próximas centurias dirán si la humanidad puede convertirse en una especie interestelar y usar un pequeño planeta alrededor de una modesta estrella como punto de partida a otros objetivos.
Un día alguno de nuestros descendientes mirará al cielo y verá algo parecido a esto…
Nuestra estrella vista desde Proxima Centauri, justo al lado de Casiopea (ESO)
Actualización: el PHL (Planetary Habitability Laboratory) acaba de sacar un nuevo listado de mundos potencialmente habitables que incluye a Proxima b, y debido a sus características le han asignado un 0.87 de índice de habitabilidad (siendo la tierra de 1) lo que le coloca como el exoplaneta con mayor índice de habitabilidad de los conocidos.
Una estrella como el sol pero con 4.000 millones de años menos podría ser capaz de emitir unas diez llamaradas solares al día (NASA/JPL)
Hace 4.000 millones de años nuestra estrella era bastante diferente a como la conocemos hoy en día.
Nuestro mundo apenas recibía un 70% de la energía que recibimos actualmente de nuestro sol. Algo totalmente insuficiente como para mantener un planeta con temperaturas templadas. Nuestro planeta debería ser una bola helada y fría en aquellos momentos, pero los registros geologicos nos hablan de una tierra húmeda con enormes océanos de agua líquida.
Un estudio publicado en Nature Geoscience explica la importancia de las numerosas llamaradas solares que golpeaban una y otra vez la atmósfera terrestre. No sólo sirvieron para calentar el planeta, sus efectos fueron mucho más allá… Pudieron intervenir en la formación de compuestos orgánicos imprescindibles para la vida. La enorme energía desprendida de unas llamaradas solares con una frecuencia de casi una al día, habría sido capaz de romper los enlaces de moléculas como el nitrógeno, permitiendo su recombinación con otras moléculas que darían lugar a elementos más complejos como el ARN y el ADN.
Los investigadores se han basado en datos del telescopio espacial Kepler (entre otros datos), estudiando estrellas parecidas a nuestro sol pero mucho más jóvenes. Las conclusiones es que en estrellas jóvenes se pueden producir hasta diez llamaradas solares al día, algo que pudo influir en el clima global del planeta y en el origen de la vida sobre su superficie.
La primitiva atmósfera terrestre contenía casi un 90% de nitrógeno, una concentración mayor que el 78% actual, ese nitrógeno molecular (dos átomos de nitrógeno unidos) era separado por las altas energías procedentes de las enormes llamaradas solares, el nitrógeno resultante colisionaba con moléculas de dióxido de carbono, separando éste último y formando monóxido de carbono y oxígeno.
El nitrógeno suelto pudo combinarse con el oxígeno libre en la atmósfera, formando óxido nitroso, un gas con enorme efecto invernadero. Los investigadores calculan que la sola formación de un 1% de óxido nitroso pudo elevar la temperatura en la tierra lo suficiente como para que pudiera existir agua líquida en superficie.
Aquí ya hemos hablado sobre el tema de la habitabilidad en muchas otras ocasiones. En ella influyen muchos factores, tantos que somos incapaces de conocerlos todos. No solo la distancia a la estrella marca la zona de habitabilidad, el tipo de estrella, su actividad y la edad que tenga influyen en la posibilidad de que surja vida alrededor de un planeta que la orbite.
Es pronto para entender todos y cada uno de estos procesos, las mismas fulguraciones que calentaron la atmósfera terrestre pudieron hacer desaparecer la marciana, convirtiendo un planeta con posibilidades de habitabilidad y agua en superficie en un desierto esterilizado por radiación ultravioleta… Aún queda mucho por aprender…
Acaba de ser publicado un nuevo estudio que sugiere la posibilidad de que la estrella Gliese 832 albergue un planeta muy parecido a nuestra tierra orbitando entre 0.25 UA y 2 UA de distancia (1 UA es la distancia que separa nuestro planeta del sol).
El sistema planetario de Gliese 832 se encuentra a «solo» 16 años-luz del nuestro y ya tiene dos planetas extrasolares confirmados con anterioridad. Uno recibe el nombre de Gliese 832b, y es un gigante gaseoso una masa 0.64 veces la de nuestro Júpiter, orbitando a una distancia de 3.53 UA de su sol.
El otro exoplaneta es una supertierra conocida como Gliese 832c, un mundo potencialmente rocoso con una masa 5 veces la de nuestro planeta y orbitando extremadamente cerca de su estrella, apenas a una distancia de 0.16 UA.
Ambos mundos fueron descubiertos por la técnica de velocidad radial, lo que da muchos datos acerca de sus órbitas. Lo que ha hecho el equipo del astrónomo Suman Satyal es reanalizar los datos existentes para intentar inferir la existencia de un mundo orbitando entre los dos planetas.
Las simulaciones realizadas por ordenador revelan la posible existencia de un planeta del tipo terrestre situado a casi la misma distancia que separa el sol de nuestra tierra. Los modelos indican que podría ser más masivo que nuestro planeta (entre 1 y 15 masas terrestres), todo dependería de la distancia real a la que se encontrara de Gliese 832. De estar justo a 1 unidad astronómica la masa sería de 10 veces la tierra.
Las misiones que sustituyan al telescopio espacial Kepler ya saben dónde dirigir sus primeras miradas, en el vasto espacio que existe entre dos exoplanetas situados a 16 años-luz puede que orbite un mundo muy parecido al nuestro.
Hace años que me hago esa misma pregunta una y otra vez.
Nuestro pequeño mundo es un oasis de vida dentro de nuestro sistema estelar. Recientemente hemos podido completar la exploración de los cinco planetas interiores que orbitan nuestro Sol.
Las sondas orbitales nos han demostrado, muy a nuestro pesar, que la vida tal como la conocemos es imposible que prospere en sus superficies. A pesar de que nuestro pequeño sol rojizo emite mucho menos calor que otras estrellas que hemos estudiado de nuestro entorno, las órbitas están demasiado cercanas como para que surja ningún tipo de vida basado en el silicio. Además su excesiva cercanía provoca que siempre esté la misma parte del planeta orientada hacia el sol, evitando la presencia de estaciones y otros fenómenos climatológicos tan necesarios para la vida en nuestro planeta.
Nuestro mundo transita a mucha más distancia que estos infernales planetas interiores, damos una vuelta a nuestra estrella cada 129 días y a lo largo de los 7.100 kilómetros que tiene de radio nuestro mundo la vida ha prosperado desde las formas más simples hasta las más complejas de una manera sorprendentemente rápida. Unos pocos millones de años bastaron para que los primeros entes vivos pudieran emerger de los lechos volcánicos y colonizar otras areas de nuestro planeta.
Es por esta aparente facilidad con la que estas primeras formas de vida prosperaron por lo que teniamos esperanzas de encontrar vida tanto en alguno de los cinco planetas nombrados anteriormente como en algunas de las lunas de los mundos situados más allá de nuestra órbita… pero nada…
Desde hace unas décadas conocemos de la presencia de planetas parecidos al nuestro orbitando otras estrellas a lo largo de nuestra galaxia. Nuestros avanzados telescopios situados fuera de la atmósfera han confirmado que puede haber millones de mundos de parecido radio que el nuestro orbitando a una distancia razonable como para que la vida haya tenido una oportunidad.
Seguimos buscando señales de algún tipo de emisión en la frecuencia del helio y del silicio (aprobadas por consenso internacional como las que más probablemente usen otras formas de vida para comunicarse). Además intentamos obtener los registros espectrales de las atmósferas de los mundos que consideramos más idóneos para albergar vida (algo que aún nos resulta muy complicado, quizás en unas décadas…).
En los medios de comunicación últimamente han saltado teorías con las que no estoy muy de acuerdo. Hablan de que la vida surge a lo largo de todo el universo con relativa facilidad pero que pasados unos pocos millones de años desaparece sin dejar rastro alguno de su existencia, se autodestruyen cuando alcanzan cierto nivel de desarrollo, incluso sugieren que a nosotros nos va a pasar lo mismo. No es muy alentador…
En las últimas semanas se ha descubierto un pequeño mundo, de unos 6300 kilómetros de radio orbitando una estrella mucho más masiva y caliente que la nuestra a unos 500 millones de años luz de nosotros. Su órbita es de unos 360 días y está lo suficientemente alejado de su sol como para tener unas temperaturas aceptables en superficie, aunque pueden variar bastante según el tipo de atmósfera que tenga. Lo malo es el resultado de los análisis de espectroscopía… demasiado oxígeno y carbono, pocas trazas de silicio, un ambiente demasiado hostil como para albergar la vida tal como la conocemos. Además no parecen emitir ninguna señal en las frecuencias más razonables. Su sistema estelar no se parece en nada al nuestro, no sé, quizás nos dejamos llevar enseguida por la euforia, no parece una versión reducida de nuestro mundo, habrá que seguir buscando…
¿Cómo es posible que seamos la única civilización capaz de admirar tanta belleza a lo largo de todo el universo observable? ¿Dónde está todo el mundo? Creo que tardaremos tiempo en saber la respuesta, por ahora solo hay silencio…
– Escrito encontrado por la tripulación de la nave Osiris IV entre los escombros de un probable observatorio astronómico del mundo conocido como Kepler 186f, adjuntamos ficha del sistema estelar.
imagen del planetary habitability laboratory (PHL)
Nuestra especie está acostumbrada a mirar al cielo y ver un solo Sol brillando en su firmamento. Pero esa no es la norma en nuestra galaxia, en nuestro vecindario cósmico abundan los sistemas binarios y los triples.
De siempre hemos asociado el hecho de orbitar una solitaria estrella con el ideal de habitabilidad.
Ahora un nuevo estudio habla sobre una mayor probabilidad de albergar vida en lunas cuyos planetas orbiten sistemas binarios.
Dos estrellas entrelazadas gravitatoriamente pueden amortiguar, en parte, los vientos y la radiación de cada una de ellas, creando un ambiente más permisivo para la vida e incrementando la zona de habitabilidad alrededor suya.
Los resultados se han presentado en la 223 reunión de la Sociedad Astronómica Americana, y se han basado en los datos recogidos por el telescopio espacial Kepler.
Una estrella jóven y activa emite grandes cantidades de radiación que podría barrer todo tipo de vida que surgiera en las superficies de planetas cercanos. Si a esta estrella le sumamos una compañera estos devastadores efectos podrían suavizarse.
Algunas binarias están muy separadas entre sí, en estos casos un planeta orbitando cualquiera de las dos estrellas no se beneficiaría de la asociación. El estudio se ha centrado en aquellos casos en los que ambas estrellas orbitan con una frecuencia entre 10 y 60 días terrestres, y que además posean planetas orbitando al sistema binario, los llamados sistemas circumbinarios.
Los efectos favorables para la vida en estos sistemas no solo se reducen a la disminución de los eventos negativos, como el aumento de la radiación o de los potentes vientos estelares que pueden dejar desprovista de atmósfera los planetas cercanos. También hablamos de que al sumar los brillos de ambas estrellas alejamos la distancia a la que empieza la zona de habitabilidad (aquella donde puede existir agua en estado líquido en la superficie del planeta), disminuyendo la probabilidad de que los mundos candidatos puedan ser esterilizados de toda vida posible.
Según la reciente investigación si nuestro sol tuviera una compañera, quizás habría agua en la atmósfera de Venus, haciéndolo potencialmente habitable, incluso el clima en la Tierra sería aún menos extremo y más húmedo.
Se aproxime a la realidad o no esta hipótesis lo que empezamos a tener claro es que la variedad de sistemas solares que existen a lo largo del Universo es inmensa, y el nuestro no es ni el más común ni el más favorable para la potencial habitabilidad, quizás otros sistemas estén más preparados para la vida con dos o tres planetas o lunas habitadas, quizás…
Los datos pendientes de revisar que dejó la sonda Kepler antes de parar sus actividades van dando grandes resultados.
Cinco nuevos planetas rocosos están entre la nueva remesa de exoplanetas descubiertos. El tamaño de estos nuevos cuerpos oscila entre un 10% y un 80% más que nuestro planeta.
Entre los cinco exoplanetas destacan Kepler-99b y Kepler-406b, los dos son solo un 40% más grandes que la Tierra y una densidad similar a la del plomo. Aún siendo rocosos y de tamaño no muy alejado de nuestro mundo, la vida lo tiene muy difícil para surgir en su superficie.
Su órbita cada 5 días y su mínima distancia a su sol los convierten en planetas extremadamente calurosos para albergar vida tal como la conocemos.
Los hallazgos han sido presentados por Geoff Marcy, uno de los más célebres pioneros en la búsqueda exoplanetaria. Se han liberado los datos de hasta un total de 16 nuevos exoplanetas con sus masas y densidades.
A medida que vamos teniendo más datos de la sonda las conclusiones que se obtienen son cada vez más sorprendentes.
Más del 75% de los planetas candidatos tienen tamaños comprendidos entre los de la Tierra y los de Neptuno, que es aproximádamente cuatro veces superior al terrestre. Estos exoplanetas, conocidos como mini-Neptunos,dominan el censo galáctico encontrado por Kepler aun no estando representados en nuestro propio Sistema Solar. Los astrónomos no saben como se forman o si están hechos de roca, agua o gas. Tampoco está claro porqué el tipo de planeta más frecuente en nuestra galaxia no está presente en nuestro sistema.
Las mediciones realizadas por el Keck Observatory en Hawaii han permitido determinar las masas de estos 16 objetos. Una vez tenemos el diámetro (dado por Kepler) y la masa, se puede obtener la densidad del planeta, que da una pista sobre si el planeta es gaseoso, rocoso o una mezcla de ambos.
Las densidades encontradas sugieren que los mini-Neptunos tienen un núcleo rocoso, pero las proporciones de hidrógeno y helio de la envoltura que rodea ese núcleo varían dramáticamente, con algunos que no tienen envoltura en absoluto.
Uno de los objetivos del malogrado telescopio espacial Kepler era encontrar planetas del tamaño terrestre orbitando dentro de la zona de habitabilidad de sus estrellas, es decir, buscar planetas capaces de albergar vida basándonos en el único ejemplo que poseemos.
A raiz de los datos que van apareciendo quizás debiéramos considerar estos mini-Neptunos como módelo de cuerpo rocoso más frecuente, centrándonos en estudiar las posibilidades de que sean habitables.
Puede que lo importante ya no resida en establecer la fracción de estrellas con planetas de tamaño similar al terrestre en una órbita que permita la vida, la clave puede estar en identificar la fracción de estrellas con planetas rocosos potencialmente habitables.
Una vez más el modelo a seguir no lo marcamos nosotros.
La zona de habitabilidad de una estrella se le conoce con el nombre de zona Goldilocks o zona «ricitos de oro». La astrobiología busca estas regiones desde sus orígenes.
Están situadas a una distancia de su estrella madre capaz de mantener el agua en estado líquido en la superficie de un planeta, ni demasiado frío ni demasiado calor.
Es lógico que busquemos vida en lugares similares donde se ha originado nuestra propia existencia. Nuestro planeta orbita a una distancia idónea para que el agua fluya en estado líquido por su corteza rocosa, algo fundamental para el desarrollo de la vida tal como la entendemos.
Pero si algo hemos aprendido de el Cosmos es que le gusta darnos lecciones de humildad a medida que vamos conociéndolo mejor. Disfruta destrozando cada una de las teorías antropocentristas que le intentamos imponer.
En estos últimos años hemos sabido de otros lugares y otros mecanismos que pueden mantener lunas y planetas lo suficientemente templados como para albergar agua líquida sin estar situados en estas zonas habitables.
Un ejemplo claro lo tenemos en nuestro Júpiter y las fuerzas gravitacionales que ejerce sobre su luna Europa, que pueden haber favorecido la existencia de un océano subterráneo líquido.
Un nuevo estudio de Abraham Loeb de la Universidad de Cambridge habla sobre otro mecanismo que crea estas «zonas de Goldilocks» pero en este caso no hablamos de un espacio concreto sino de una edad concreta del Universo.
El universo entero podría haber sido habitable unos pocos millones de años tras el Big Bang, esto significaría vida unos 10.000 millones de años antes de que apareciera en la Tierra.
La clave del razonamiento de Loeb estaría en la radiación de fondo de microondas, la huella que dejó el Big Bang en todo el Cosmos. Esta radiación empezó siendo muy energética pero a medida que el Universo se expandía la amplitud de onda se fue incrementando, disminuyendo su temperatura hasta los actuales -270 grados centígrados.
Los cálculos de Loeb indican que la radiación de fondo tuvo una temperatura entre 0 y 30 grados Celsius aproximadamente unos 15 millones de años después del Big Bang, y así se mantuvo durante unos cuantos millones de años. El universo habría sido lo suficientemente templado para mantener agua líquida en un planeta sin importar la distancia a la que estuviera de su estrella.
Pero estamos hablando de solo 15 millones de años, hablamos de un Universo repleto de hidrógeno y de helio y donde quizás no habría dado tiempo a formar sustancias pesadas, los materiales que forman los planetas rocosos y, más importante aún, los que usa la vida.
La clave estaría en si a las primeras generaciones de estrellas les dió tiempo de producir elementos pesados. Estos astros eran cientos de veces más masivos que el Sol y su vida media no era superior a los 3 millones de años. Loeb cree que hubo tiempo suficiente para formar la química esencial de la vida.
Otras cuestiones son más dificiles de responder, la vida tal como la conocemos hubiera tenido muchas dificultades para aparecer en las condiciones dadas por un universo tan joven, y de haberlo hecho apenas habría tenido unos pocos millones de años para evolucionar antes de que la temperatura de la radiación de fondo disminuyera.
Pero también podríamos dejar de pensar, por un momento, en la versión antropocéntrica de la vida…
Tenemos nuevos datos del rover Curiosity tras la rueda de prensa de esta tarde. El robot ha encontrado evidencias de un antiguo lago marciano que pudo haber soportado vida durante largos periodos de tiempo, puede que millones de años.
Esta masa de agua líquida pudo estar presente en el cráter Gale hasta hace unos 3.700 millones de años, sugiriendo que un posible Marte habitable pudo existir hasta hace relativamente poco tiempo (menos de lo que se pensaba hasta ahora).
Los nuevos resultados son producto de los análisis realizados sobre unas rocas sedimentarias llamadas lutolitas, unas rocas granulosas finas cuyos componentes originales son arcillas o fangos. Estas rocas necesitan para formarse la existencia de agua y además mucho tiempo, y geologicamente hablando mucho tiempo suelen ser millones de años.
El rover obtuvo muestras de este tipo de rocas al taladrar la zona conocida como Yellowknife Bay. Las lutolitas encontradas contenían minerales arcillosos formados en presencia de agua líquida. Las perforaciones también encontraron algunos ingredientes claves para la vida como azufre, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, fosforo y carbono.
El lago podría haber sido el nicho ideal para un tipo de microbios conocidos como quimiolitoautotrófos capaces de utilizar compuestos inorgánicos reducidos como sustratos para obtener energía y utilizarla en el metabolismo respiratorio. Es una facultad exclusiva de bacterias conocida con el nombre de quimiosíntesis. En la Tierra estos microorganismos se encuentran en cuevas y fuentes hidrotermales situadas en los fondos oceánicos.
La imagen superior (un click para ampliarla) es un mosaico de varias capturas de la Mastcam mostrando las diferentes estructuras de la impresionante formación geológica que compone Yellowknife Bay. Se indican los sitios donde se perforó y donde se hallaron las rocas sedimentarias arcillosas. Aquí es donde es posible que pequeños microorganismos vivieran y murieran durante millones de años, dentro de un lago de aguas frescas y tranquilas. Solo pensarlo estremece.
A la izquierda un planeta rico en silicatos y océanos de agua, a la derecha uno en carbonatos sin rastro alguno de líquido en la superficie (recreación)
Los planetas ricos en carbono quizás estén destinados a la ausencia de océanos en su superficie.
Nuestro Sol es una estrella pobre en carbono lo que ha facilitado que la Tierra esté formada en su mayor parte de silicatos y no carbono. Otras estrellas con mucha mayor proporción de carbono tienen más posibilidades de albergar planetas ricos en la misma sustancia, incluso algunos con capas de diamantes.
Todos sabemos de la importancia del carbono a la hora de favorecer la aparición de vida. Es la base fundamental de la química orgánica y como tal es buscado como biomarcador a la hora de establecer la habitabilidad de un planeta.
Lo que es una ironía es que un exceso de un material imprescindible para la vida pueda significar su total ausencia. El exceso de carbono podría robar el oxígeno destinado a formar agua, el disolvente esencial para la vida tal y como la conocemos.
Esta nueva teoría puede influir negativamente en la posibilidad de albergar vida en algunos exoplanetas situados en la zona habitable de sus estrellas. Planetas de tamaño terrestre, a una distancia adecuada de su estrella para mantener agua líquida en superficie, con temperaturas razonables y que pueden ser grandes desiertos debido a la mayor afinidad del oxígeno a unirse con el carbono antes que con el hidrógeno.
Los conceptos de habitabilidad empiezan a variar a medida que conocemos más datos sobre los exoplanetas que descubrimos y sus estrellas. Aunque todavía queda por llegar un cambio definitivo, el día en que modifiquemos los conceptos de habitabilidad en sí.